Hace veinte años el día amaneció tan oscuro como hoy, aunque no llovía. Era miércoles, último día de exámenes en la facultad de derecho de la Universidad Autónoma. Yo había terminado la tarde anterior y acudí a la facultad con la esperanza de que en los corchos de la segunda planta estuvieran ya algunas notas de los exámenes realizados.
En ello estaba cuando vi como los conserjes estaban visiblemente nerviosos, mirando hacia la entrada principal con impaciencia. Los diez o quince estudiantes que estábamos en esa puerta, a su lado, no sabíamos qué sucedía, hasta que alguien se acercó y nos dijo: «han matado a Tomás y Valiente». No hacía falta decir quién lo había hecho, todos sabíamos entonces quién era Tomás y Valiente (ex-presidente del Tribunal Constitucional), y por entonces ETA mataba todas las semanas, (una semana antes asesinó a Fernando Múgica).
Al poco llegó una patrulla de la policía nacional, y subieron corriendo a la cuarta planta, donde están los despachos de los profesores, donde lo mataron de la forma más cobarde.
En unos minutos el campus de Cantoblanco se convirtió en el escenario de una película de acción: helicópteros, coches de policía derrapando…pero los etarras ya habían huido y explotaron el coche cerca de Fuencarral.
Al día siguiente se convocó una manifestación frente a la Facultad de Derecho; a alguien se le ocurrió, creo que un estudiante de una asociación, pintarse las manos de blanco, y allí comenzó uno de los símbolos de la resistencia frente al terrorismo de ETA.
Yo estaba a punto de cumplir 19 años, era mi primer curso en la universidad. Aquello supuso para mí un crudo salto a la realidad; lo que se veía en la televisión, lo que leía en los periódicos, pasaba en la realidad, en nuestra realidad, y teníamos la opción de mirar hacia otro lado o comprometernos para cambiar aquello que no nos gustaba.
A ETA se la derrotó, es parte de la historia, aunque el dolor y el sufrimiento que extendió sigue cada día en las vidas de muchas personas, no conviene que lo olvidemos.
Han pasado veinte años, uno no sabe cómo pasan veinte años tan deprisa, mejor no pensarlo, pero aquí estamos.
Una semana antes, Francisco Tomás y Valiente escribía un artículo, tras el asesinato de Fernando Múgica: «Cada vez que matan a un hombre en la calle (y esto no es una metáfora, como diría el cartero de Neruda), nos matan un poco a cada uno de nosotros.»
Desde entonces esta frase preside la entrada principal de la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.
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